Me llamo Emma, soy francesa. Tengo 45 años, estoy casada y tengo 3 hijos. Estos últimos meses me sentía angustiada e impotente ante los acontecimientos en Francia y en todo el mundo. Pensaba a menudo en la guerra que amenaza con extenderse, en las epidemias de las que hablaban los medios de comunicación o en el clima inestable… Me preocupa el futuro de mis hijos en este mundo que ha perdido todo rumbo.
Un día compartí mis preocupaciones con un sacerdote durante una confesión. El me dijo:
« Hay un remedio sencillo y muy eficaz que nos da la Virgen María: rezar el Rosario. »
No me convenció en absoluto, ya que esta forma repetitiva de rezar nunca me gustó y me parecía muy aburrida.
Poco después, me encontré con una amiga a la que no veía desde hacía mucho tiempo. Me sorprendió su alegría y serenidad. Me explicó que hacía unos meses había peregrinado a Lourdes. A su regreso, se había propuesto rezar el Rosario todos los días, lo que le había ayudado a encontrar una cierta alegría interior.
Después de unos días de reflexión, volví a ponerme en contacto con esta amiga para decirle lo difícil que me resultaba rezar el Rosario porque no le encontraba sentido. Para ella, el Rosario es una forma de sumergirse en momentos importantes de la vida de Jesús y María, meditando cada misterio:
« Para el misterio del nacimiento de Jesús, entro en la escena: estoy presente en la cuna, rodeada de María y José, y adoro al Niño Jesús. Para el misterio de la crucifixión, estoy al pie de la Cruz y comparto los sufrimientos de María y Juan ante Cristo crucificado». La oración del Ave María es un apoyo para la meditación. »
Oyendo hablar a mi amiga, algo hizo clic y me di cuenta de que rezar el Rosario era mucho más rico e interesante de lo que había imaginado.
A partir de ese día, empecé a rezar el Rosario todas las mañanas. Encontré una manera de entrar más fácilmente en la escena del misterio: se trata de añadir, en las avemarías, una o algunas palabras que resuman el misterio; por ejemplo, «Oh Jesús, niño nacido en un pesebre, eres bendito…» o «y Jesús, tu niño crucificado, eres bendito…». Así empecé a apreciar realmente esta oración del Rosario, entrando cada vez más en cada momento clave de la vida de Jesús.
Poco a poco, sentí que me invadían momentos de paz: estaba menos estresada, menos ansiosa, dormía mejor. También me sentía más segura de mí misma y, por tanto, más tranquila con mis hijos.
Un día, escuchando el Rosario de la “Radio Esperanza” en el coche, descubrí que se podían añadir intenciones por cada diez Avemarías. Me pareció estupendo poder ofrecer estas oraciones por el mundo, por los enfermos, por mi familia, por los sacerdotes y, sobre todo, ¡por la Paz!
Así me dí cuenta de que mi oración, junto con la de los demás, tiene el poder de cambiar el curso de los acontecimientos. En consecuencia, me da ánimos y me ayuda a rezarla todos los días.
Ahora me siento tranquila y serena. Dejo todas mis preocupaciones en manos del Señor.
Bendigo a María por el camino que andado con Ella gracias a esta nueva forma de rezar el Rosario que he descubierto.
¡ Ahora rezo para que vosotros también podáis saborear los frutos de esta hermosa oración!