MIRACULARMENTE victoriosa sobre el incendio de su catedral, el 15 de abril de 2019, Notre-Dame de París detuvo el fuego a sus pies… Ella, la estatua más famosa de Notre-Dame de París, la Virgen del pilar milagroso, tiene tanto que decirnos…
Ella era la obra de arte más cercana a los escombros que cayeron de la aguja. Unos centímetros habrían bastado para destruirla. ¡Y permaneció perfectamente intacta! Un milagro. Un milagro aún más evidente por el hecho de que estaba tan cerca: a sus espaldas, un rayo llameante dejaba una única estela negra de unos centímetros, como una caricia de carbón, para decir: «Estoy ardiendo, pero no te dañaré».
La Virgen del Pilar y su historia
Originalmente, la magnífica estatua de Notre Dame de París se encontraba en una de las numerosas capillas de la Isla de la Cité. Al principio, sobrevivió milagrosamente, escapando a la destrucción masiva durante la Revolución Francesa.
Más tarde, en 1818, la obra fue elegida para ocupar un lugar de honor en el pórtico central de la catedral. A continuación, en 1855, Viollet-le-Duc decidió colocarla en el interior de la catedral para protegerla, y así es como llegó a erguirse, radiante, en su catedral, frente al famoso segundo pilar.
Virgen con el Niño y Lirio
Esta Virgen con el Niño es excepcional. La delicadeza, la inventiva y la vivacidad de la obra del artista. María y Jesús se miran. En una mano, Jesús sostiene el orbe, la esfera que representa el mundo, la insignia de su realeza. La expresión de María es algo reservada, pero su postura es flexible. Entre sus dedos sostiene su propio atributo, el lirio, símbolo de pureza… y alusión a otra realeza, la de la dinastía vinculada al «reino de los lirios». He aquí a la Madre de Cristo, bañada en majestad.
Una estatua que se convirtió en símbolo
Entre miles de estatuas similares, la Virgen del Pilar se convirtió rápidamente en la más famosa. Frente a esta estatua, el escritor Paul Claudel, que había venido a escuchar el órgano pero no se atrevía a unirse a los fieles en la nave, experimentó una conversión radical en 1886.
Muchos escritores han escrito sobre ella y se han hecho innumerables reproducciones. Se convirtió en «Notre-Dame de París», la personificación de la catedral y de la ciudad. Más aún tras el incendio de 2019. Ella, la milagrosa, nos espera, aún joven, aún amorosa, aún intacta.
Basado en un artículo de P. Yves Combeau, o.p.
Su ardiente mensaje para nuestro tiempo
La noche del incendio, una multitud de creyentes se reunió espontáneamente en torno a Notre Dame, rosario en mano, para hacer un baluarte de oraciones contra el fuego.
Como en todas las grandes batallas de la historia, en cuanto el pueblo de Dios toma sus rosarios para elevar sus oraciones a la Reina del Cielo, los acontecimientos toman un giro diferente… y de un mal surge un bien mayor. Es la manera que tiene Dios de convertir el mal en bien.
Como nos muestra la estatua milagrosa de Notre Dame de París, ¡María sale victoriosa de todas las batallas de Dios! Y así es como, en las extraordinarias palabras de Sor Lucía:
« La Santísima Virgen, en estos últimos tiempos, ha dado una nueva eficacia al rezo del rosario. De tal manera que no hay problema, por difícil que sea, temporal o sobre todo espiritual, referido a la vida personal de cada uno de nosotros, de nuestras familias, de las familias del mundo o de las comunidades religiosas, o a la vida de los pueblos y de las naciones. No hay problema, digo, por difícil que sea, que no podamos resolver rezando el Santo Rosario. Con el Santo Rosario nos salvaremos, nos santificaremos, consolaremos a Nuestro Señor y obtendremos la salvación de muchas almas » (conversación entre Sor Lucía de Fátima y el Padre Fuentes, 26 de diciembre de 1957).
A través del milagro de Notre Dame de París, como en Fátima, María nos enseña cómo afrontar los tiempos que se avecinan. En medio del tormento, Ella permanece de pie entre sus hijos, presente y activa. Nos muestra que ninguna fuerza contraria puede derrotarla: el enemigo se ve obligado a detenerse ante Ella y ante el Niño que sostiene en sus brazos.
No hay lugar más seguro que bajo el manto de María.
Oración a Notre-Dame de París
de San Juan Pablo II: